Una mañana fresca y despejada, otoñal, ideal para los amantes de la vida al aire libre y, sobre todo, los esfuerzos intensos. Ese era el reto, correr, y hacerlo deprisa, aprovechando una distancia que fusiona mejor que ninguna otra el componente aeróbico y anaeróbico del coleccionismo de zancadas. Un reto de 1609,34 metros (para los amantes de la exactitud), una milla, la distancia fetiche de raíces anglosajonas que despierta los más románticos instintos de los aficionados al mediofondo.
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